
Hace ya más de un mes que no está aquí, y desde entonces no pasa un día en el que no me acuerde de ella.
Con su escaso metro cincuenta, con su pelo color perla, su tez morena castigada por los años, y con esos ojos marrones como los míos, pero que tanto vieron durante más de noventa años.
Pienso en ella y me vienen recuerdos de cuando era pequeño, de los días de verano viendo como preparaba la comida en una casa donde se cocinaba en fuegos de leña, y de las tardes de invierno en el hogar del jubilado junto a otras abuelas que se enfadaban por una peseta de esas antiguas metálicas. Mis meriendas favoritas con ella en un parque del barrio del Antiguo, en las que siempre elegía un bollo suizo con una chocolatina de Nestlé, tiempos en los que sólo había dos tipos de chocolatinas, milkybar, o de chocolate con leche.
Me acuerdo que cuando dormía en su casa y casi todas las noches le pedía que me contase las historias que envolvían a las fotos, que estaban guardadas en una caja en el último cajón de su mesilla. Y como cada día me gustaban más esas historias. Historias de mi abuelo, del pueblo donde vivía, de sus hermanas, tías, primas...y dormirme después junto a ella y a mi hermano en la vieja cama de lana. Me acuerdo de lo grande y lo pesado que era ese colchón y como al día siguiente había que golpearlo fuerte para que la lana volviese a su sitio. Recuerdo cuando me contaba las historias de la guerra. Cuando huyó de San Sebastián, y en plena huída y corriendo por el túnel del antiguo un soldado le dijo “ya me estoy quedando solito” mientras por el final de la calle ya se acercaban los nacionales.
Cuando entró en la residencia de ancianos. Y la sonrisa enorme pero contenida que ponía cada vez que nos veía entrar. Esto quizá pueda parecer algo común, pero si hubieseis conocido a mi abuela y su frío carácter, comprenderías que una de esas sonrisas que intentaba no mostrar hacían que te derritieses en el mismo sitio. Todavía escucho las carcajadas que soltaba cuando le contaba que había visto a antiguas amigas suyas del barrio, o cuando veía al perro corretear por el parque por donde solíamos pasear. Me acuerdo de su tradicional pregunta a cerca de si teníamos novia, y la ilusión tan grande que le hizo conocer a Nerea...
En fin, miles de recuerdos que tengo dentro de mí, y que desde que el pasado 28 de marzo salen cada día a relucir. Recuerdos que a veces me provocan risas y otras veces tristeza, pues ahora que se ha ido siento que no la disfruté todo lo que pude, y me doy cuenta de que era alguien mucho más importante en mi vida de lo que yo me imaginaba.
Ojalá abuela que estés escuchando estas líneas que ahora te escribo, y que cada vez que pienso en ti, tú también te acuerdes un poco de los que estamos aquí abajo.
Un besazo enorme abuelos!!!
