en motocicleta

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La dejo, una fría despedida fueron sus últimas palabras, y pese a mi insistencia, ella decide, y no quiere venir conmigo. ¿La culpa de que no venga? Mía por supuesto. Me pongo el casco, estoy dolido, enfadado, decepcionado, triste, cabreado. Conduzco deprisa, muy deprisa, y no puedo dejar de pensar en ella. ¿Por qué soy así? ¿Por qué soy tan desastre? Me pongo a pensar más rápido de lo que conduzco y cada vez tengo más claro que nunca podré tener una relación medianamente normal, y menos duradera. Y eso me asusta, y cada vez me da más miedo empezar nuevas relaciones. Y es que antes de empezar ya hay algo que me dice que la voy a cagar, que voy a meter la pata, que por una razón o por otra me agobiaré, o que no será el ideal que busco, y entonces haré que alguien inocente sufra por mi culpa, cosa que odio con todo mi corazón. Y me maldigo por hacer daño a la gente. Mierda! una curva! adrenalina a tope corriendo por mi cuerpo, los cojones de corbata, el corazón a 300, y mis manos accionando los frenos para pasar una curva demasiado apurada (de haberme llamado Sete, ya estaría en el suelo...) ¿En qué pensaba? Ah sí, en ella, ¿estaba enfadado?, no sé, ya no me acuerdo, sólo sé que la hecho de menos, y que esta noche la volveré a echar de menos, y me imagino que muchos días más. No sé, supongo que será mejor, seguro que si hubiese venido, yo habría metido la pata otra vez y la historia se repetiría de nuevo, y es que soy un desastre, y el mayor problema, es que no sé como cambiarme, no sé que hacer para solucionarme. Creo que no hay nada más doloroso que no saber querer, y a veces me siento tan impotente... Vaya, ya estoy en Madrid, ¿cómo he llegado desde el pueblo aquí? ¿Realmente he conducido yo? No sé, no recuerdo haber tomado ningún desvío, 30 minutos encima de una moto y es como si me hubiese traído otro, interesante... Llego al portal, el portero veraniego hoy ha terminado su labor, y la garita ya está vacía, volverá otro verano? Mejor hablar otro día del personaje del portero veraniego... La casa está vacía, poco a poco he acumulado muchas zapatillas en la entrada, mucha ropa encima de la cama, y muchas cartas y folios encima de la mesa. Me veo reflejado en la ventana, vaya cara... hoy no tengo ganas de hablar por el mesenger, ni de beber, ni de dormir, ni de ver la tele. La buena vida ya suena, y me llama a escribir, quizá cambie a algún grupo inglés, hacen que me concentre mejor. Vaya, un mensaje, “te veo en una hora, vale?”